miércoles, septiembre 14, 2005

Un año en una ciudad fantasma

En la portada, el autor pasea ante uno de los absurdos monumentos que decoran la ciudad
No me llamaba demasiado, en principio, un cómic sobre la vida en Corea del Norte, pero en la tienda decidí echarle un vistazo y me enganchó. Sobre la base de su estancia de un año en Pyongyang para trabajar en unos estudios de animación, el canadiense Guy Delisle realiza una obra brillante y entretenida, un prodigio de fluidez que no aburre en ningún momento, a medio camino entre el documental, el cómic autobiográfico y la comedia dramática.
De entrada, Pyongyang comienza centrándose en la vida cotidiana del autor en la ciudad. Prácticamente encerrado en un hotel vacío, comiendo en restaurantes vacíos y sin que apenas le permitan pasear por las calles vacías, las primeras páginas recuerdan a las tribulaciones de Bob Harris en Lost in Translation, con el protagonista condenado al único entretenimiento de pasearse por los pasillos del hotel y lanzar avioncitos de papel por la ventana.
Pero, si bien esa historia personal está bien contada y resulta interesante, lo mejor viene de su interacción con el absurdo que le rodea. Las conversaciones con los guías y traductores y las visitas turísticas se presentan como puntas de un tremendo iceberg que se adivina entre monumentos grandiosos hasta el absurdo (impagable la visita a los museos excavados en la roca), cerebros lavados (qué tremendo el momento en que el autor pregunta a su guía qué hacen con los minusválidos y éste le contesta muy serio que no hay porque los coreanos crecen todos fuertes y sanos), terror (impresionante lo del guía devolviendo al autor, totalmente presa del pánico, el 1984 de Orwell que éste le ha prestado) y propaganda machacona (qué decir de la hilarante escena en que el autor hace que el traductor le cante las canciones que suenan en la radio que hablan sobre el dictador Kim Jon-Il... que son todas). Delisle no habla (no puede hablar, porque no ha podido ver) de la vida cotidiana de un norcoreano, pero presenta suficientes apuntes como para imaginar.
Pero quizá lo que más atrapa, llamando menos la atención en una primera lectura pero quedando en la memoria con más fuerza, sean las imágenes de una poética de la desolación que Delisle va distribuyendo por la obra, creando la impresión de Pyongyang casi como una ciudad fantasma. Las calles desiertas. Los pasillos vacíos. Un gigantesco hotel nunca puesto en funcionamiento que se destaca sobre la ciudad. Una autopista vacía que va a ninguna parte, y que no tiene salidas para ir a los pueblos cercanos. Unas sombras que recorren la ciudad por la noche, en la oscuridad, hacia quién sabe dónde. No es casual que el momento más plácido de todo el álbum, el picnic del autor con sus guías en un bonito lugar en el campo, se cierre con el descubrimiento por parte del autor de una gigantesca pintada de propaganda en una ladera de la montaña. En un ambiente tan opresivo, no hay lugar para la evasión.
TEBEÓMETRO: 4/5 eisners

Y yo me pregunto... ¿se publicará también en España la anterior Shenzen, en la que Delisle contaba su estancia en China?
Por cierto, el título del post viene que ni pintado. ¡Me acabo de dar cuenta de que hoy hace un año que empecé a trabajar en Calanda! Que no es que sea una ciudad fantasma, pero no es como estar en casa...

No hay comentarios: