lunes, mayo 31, 2010

Historia del fin del mundo


El día del fin del mundo se abrieron los cielos y los extraterrestres bajaron a la Tierra para hablar con la humanidad.

Los extraterrestres dijeron a los humanos que llevaban mucho tiempo observándoles y que no les había gustado nada lo que habían visto. Que eran seres egoístas, crueles, vanidosos, codiciosos, envidiosos y soberbios. Que habían destrozado el ecosistema de su planeta. Que habían esquilmado casi totalmente sus recursos y los habían repartido mal. Que se daban a la guerra y a la violencia por las más mínimas excusas. En suma, que eran una forma de vida peligrosa, incapaz de convivir en armonía con las demás formas de vida de la galaxia, y que, por ello, habían decidido exterminarles. Pero, siendo como eran contrarios a la violencia y al sacrificio inútil de formas de vida, habían decidido concederles una última oportunidad. Si eran capaces de cambiar su forma de actuar en un cierto plazo, serían perdonados.

La humanidad, como respuesta, planteó ciertas dudas a los extraterrestres. Si llevaban tanto tiempo vigilándoles, ¿por qué no habían venido antes? Si eran tan poderosos, ¿por qué no habían ofrecido ayuda? Si eran tan inteligentes, ¿por qué no habían ofrecido a la humanidad un modelo de desarrollo funcional en vez de limitarse a observar cómo esquilmaba el planeta? Si eran tan respetuosos con la vida, ¿por qué no habían intervenido antes para detener todas las guerras? ¿No eran acaso ellos mismos también responsables, por inacción, de los males de la humanidad? ¿Acaso disfrutaban viéndoles cometer continuos errores? ¿Disfrutaban guardando para sí los beneficios de su superior desarrollo en vez de compartirlos? ¿Acaso no era su amenaza un acto similar a los que querían obligarles a erradicar? ¿No resultaba hipócrita juzgarlos cuando compartían similares pecados?

Los extraterrestres comprendieron de inmediato que los humanos tenían razón. Y sintieron vergüenza.

Y para olvidar su vergüenza decidieron no sólo exterminar a la humanidad inmediatamente y sin concederles el plazo prometido, sino también destruír el planeta y todo el sistema solar, sin importar el número de formas de vida que tuvieran que matar en el proceso, para borrar de la existencia todo aquello que pudiera recordarles que no eran perfectos.

jueves, mayo 27, 2010

Lo que pasó, pasó


De acuerdo, el final ha sido controvertido. No se han atado todos los cabos y el tono pastelón y místico de los últimos minutos ha dejado descontentos a muchos seguidores. Pero habría que ser un necio para no darse cuenta de hasta qué punto Perdidos ha sido grande. Ha creado un estilo y una mitología que ya son historia de la cultura del siglo XXI. E incluso a pesar de sus detractores, el episodio final ha sido muy bueno y completo, salvo por esos diez últimos minutos, cerrados curiosamente con una última escena perfecta que cerraba el círculo abierto en la primera escena de la serie. De la grandeza de esta serie da fe que al día siguiente concluía otra serie mítica de esta época dorada de la televisión que hemos tenido, 24... y el eco mediático obtenido ha sido muchísimo menor.
Internet ha hecho mucho bien a la discusión y culto de la serie, pero al final ha provocado también un tal vez justificado pero también injusto estallido contra su final. Es cierto que no se han explicado todos los cabos sueltos. ¿Y qué más da? No tenían por qué hacerlo, en realidad. Tampoco lo hicieron las dos series-referente a las que más se ha comparado. David Lynch cerró Twin Peaks, no sin cierta actitud desafiante (aunque aún no se lo habían comunicado, ya sabía que no habría una tercera temporada), con un episodio abiertamente surrealista (¡el agente Cooper entraba en otra dimensión y acababa poseído por una versión malvada de sí mismo!) y plagado de cliffhangers (una explosión, un asesinato, ¡un mensaje extraterrestre!) destinados a no resolverse nunca. Y qué decir del último episodio de El prisionero, un episodio que Patrick McGoohan no tenía pensado (su intención parece ser que era acabar con un final abierto al cierre del penúltimo episodio), pero que se vio obligado a escribir y realizar a toda prisa, tanta de hecho que los parlamentos de algunos de los participantes fueron improvisados; el resultado fue un episodio abiertamente radical, provocador y surrealista que en vez de resolver los enigmas de la serie acababa embrollándonos aún más (ay, esa mítica revelación de la identidad del Número Uno que tantas discusiones e interpretaciones ha provocado). Ambos finales dejaron descontentos a algunos seguidores e hicieron estallar la cabeza a otros, pero hoy son leyenda, y a mí personalmente me encantan.
Los creadores de Perdidos no se han atrevido a un final tan radical, y se puede discutir sobre si la idea que vertebra toda la última temporada (cuya verdadera naturaleza era revelada sólo en este último episodio) era lo suficientemente buena. Para mí (y para muchos) no lo era, y quizá por ello ésta ha sido probablemente la temporada más floja de la serie. Pero aun así en su último capítulo nos han dado una buena mezcla de aventuras, acción, sorpresas, reencuentros y despedidas emotivas: un chute de emociones extremas en vena que, aunque en un primer momento resultó un tanto decepcionante porque las expectativas eran enormes, mejora cuanto más lo paladeas. No nos han dado lo que queríamos, pero nos han dado mucho.
Y aunque es verdad que en las dos últimas temporadas los creadores parecen haber perdido un poco el norte y no saber muy bien hacia dónde debían tirar para resolverlo todo (de hecho han preferido no hacerlo a cambio de conseguir sorpresas e impactos mayores en el público), lo único que queda es darles las gracias por estos seis años de emociones.
Namaste.

lunes, mayo 10, 2010

Qué sucedió el 10 de mayo de 1995

¿Quince años han pasado ya? Qué viejo me siento de repente...

Hace quince años estaba en mi primer año de universidad. Con cuatro horas de clase por la mañana... y una por la tarde. Esto no habría sido demasiado fastidioso de no ser porque tenía que utilizar la línea 42 (de sinuoso recorrido) y cada viaje entre mi casa y la facultad suponía tres cuartos de hora de autobús (que se redujeron a casi la mitad cuando tres años después inauguraron la línea 20). Esta clase era de filosofía y, a causa de su horario, se convirtió en la asignatura con mayor absentismo estudiantil a la que asistí en toda la carrera. Debían cursarla unos cien alumnos y la mayoría de los días apenas acudía una decena (y yo era de los que iban). Un día, de hecho, el profesor suspendió la clase porque sólo habíamos aparecido tres personas. Pero el record lo tiene el día del que hoy se cumplen quince años; un día en que ni yo aparecí. Al parecer el profesor sólo sonrió y comentó a la única alumna que había aparecido: "vencido por el fútbol..."
Hoy hace quince años salí de casa demasiado nervioso como para ir a clase a escuchar lecciones de filosofía, así que decidí saltarme la clase y tranquilizarme a base de una buena sesión de cine. Y me fui al cine Fleta (hoy cerrado) a ver una película de la que había oído hablar bastante bien: La última sedución. Un neo-noir de John Dahl con Linda Fiorentino bordando una de las mejores femmes fatales de siempre, y que recomiendo fervientemente.

Y a la salida, me reuní con unos cuantos amigos para ir a ver el gran acontecimiento. El partido.
Porque hace quince años el Real Zaragoza jugaba la final de la Recopa. La primera final europea que jugaba desde 1966, que es como decir que era la primera vez que lo hacía para dos generaciones de seguidores. Y contra el Arsenal, vigente campeón, nada menos.
Y qué gran equipo tenía el Zaragoza entonces. Tenía una plantila un poco corta, lo que probablemente le impidió aspirar a mayores metas, pero su equipo titular era capaz de superar a cualquier equipo grande, y si no que le pregunten al Barcelona, al que le sacaron los colores en varias ocasiones en pleno apogeo del Dream Team. Había ganado la Copa el año anterior (sufriendo en la final ante un encerrado Celta), había rozado la Supercopa (no le bastó meterle cinco al Dream Team en el Camp Nou) y había aguantado en la lucha por la Liga hasta febrero, fecha a partir de la cual centraron sus esfuerzos en Europa.
La delantera rebosaba calidad con los desequilibrantes Pardeza e Higuera (éste jugó tocado toda la temporada, lo que le impidió rendir al deslumbrante nivel del año anterior) junto a un joven delantero centro de inmensa calidad, Esnáider, a quien se llevaría el Real Madrid al año siguiente para no alinearlo y a quien su mala cabeza probablemente impidió convertirse en la estrella que tenía condiciones para ser. Su centro del campo era hábil y con llegada, con el segundo mejor organizador de la liga en aquellos momentos (después de Guardiola), Aragón (a quien a día de hoy sigue el equipo buscando un sustituto) y un media punta llegador de tanta calidad como pundonor, Poyet, a los que acompañaba un tercer jugador que en principio era el actual entrenador Gay, pero que, tras la grave lesión de éste que prácticamente acabó con su carrera (similar caso al de Franco, excelente medio centro que fue la figura del equipo hasta su lesión dos años antes y que aún estaba en plantilla, pero ya sin la chispa de antaño), acabaron turnándose el canterano García Sanjuán, medio prometedor que acabó como comodín y jugador número doce, y el muy técnico Nayim, actual segundo entrenador, que en unas horas iba a convertirse en un mito. Su defensa tenía gran proyección ofensiva, con el lateral derecho que mejor subía al ataque de España, Belsué (estaba tan en forma que dejó en el banquillo al mismísimo Cafú), con el siempre seguro Solana a la izquierda, y con una de las parejas de centrales con mejor salida de balón de la historia de la liga, Aguado y Cáceres. Quizá lo menos estelar fuese la portería, donde se alternaban el veterano Cedrún y el joven Juanmi, buenos porteros ambos aunque un poco irregulares, éste último (que años después llegó a internacional) se había hecho con el puesto de titular en los últimos meses pero en el último momento no pudo jugar (oficialmente se lesionó poco antes de empezar el partido, pero luego corrieron rumores de que había sufrido un ataque de ansiedad en el vestuario). Era un equipo de juego espectacular, alegre y ofensivo (quizá a veces incluso demasiado, si hubieran cuidado un poco más su defensa habrían ganado más títulos). El año anterior, por ejemplo, habían establecido el record de goles a favor de toda la historia del club.

Pues nos fuimos a verlo. El primer tiempo, bastante malo por cierto y con el Zaragoza jugando nervioso y sin la frescura habitual, lo vimos en un bar. Hasta que a uno de los presentes le entró hambre y, entre que no llevaba dinero, que su casa estaba en la calle de al lado y que además el personaje en cuestión cuando tenía hambre era capaz de vaciar una nevera (sus desayunos consistían en un bocadillo hecho con una barra de pan entera), acabamos en su casa.
Y probablemente fuera casualidad, pero tras el descanso el partido fue mucho mejor. El Zaragoza empezó a jugar a su nivel. Esnáider marcó un golazo, los ingleses empataron, hubo un penalti a Pardeza no pitado en el minuto 89 y a la prórroga. En la prórroga, como en la segunda parte, dominio del Zaragoza. Un remate de Aguado que sacan entre Seaman y el poste. Pero no hay goles.
Y en estas que llega el minuto 119 y todo apunta a los penaltis. El guardameta del Arsenal, Seaman, es un especialista, dice alguien con pesimismo. Yo respondo que Cedrún también, a fin de cuentas paró el decisivo el año anterior en la final de Copa. Varios amigos aprovechan para ir al baño antes de que empiecen los penaltis. Otros van a la cocina a por algo de beber. Total que aguantamos ante la tele tres personas, sin mucha confianza en que pase nada.
Porque cuando faltan veinte segundos, en fútbol, no puede pasar nada. ¿No?

Saque de puerta. Un balón rebotado. Le cae a Nayim.
¡Pásala, pásala!
Baaaah. Tenía que haber pasado al hueco, hombre. ¿A dónde va desde ahí?
Coño, pues no va mal.
Coño, que va.
¡¡COÑO, QUE VAAAA!!
¡¡¡¡JODER, QUE LA HA METIDO!!!!
¡¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOLLLLLLLLLLLLL!!!!
Saltos, jolgorio, gritos. La locura. Los que estaban en el baño y la cocina que vienen preguntando qué pasa. Aunque ya saben qué pasa. Como para no enterarse. Gritamos por la ventana. Acaba el partido. Salimos a la calle. Vamos a la Plaza España. Vamos de bares. Zaragoza entera es una fiesta. Hasta los no futboleros lo celebran. Un título así siempre es para celebrarlo, pero si viene de un modo imposible en el último minuto y para una ciudad poco acostumbrada a estas celebraciones, es una catarsis.
Y así, aquel día hoy hace quince años quedó para la historia.


¡Y hasta los ingleses lo han utilizado para hacer chistes! Básicamente a costa del Arsenal y de Seaman y para beneficio, sobre todo, de los aficionados de uno de sus grandes rivales londinenses, el Tottenham, club en el que jugó Nayim durante varios años antes de volver a España para jugar en el Zaragoza.

¡Qué grande fue aquello! Pena que ahora mismo no esté el equipo dándonos tantas alegrías... Ya bastante que este año no bajan.

(Y como siempre... a los que veáis esto vía Facebook, meteos a la entrada original para ver los vídeos)